La historia del Castillo San Felipe se remonta al siglo XVII. Construido en la desembocadura del barranco con el que comparte nombre, sirvió entonces como guardián de la costa norte de Tenerife y refugio frente a piratas y corsarios. La importante red comercial que se había creado en torno a Puerto de la Cruz, convirtió a este enclave estratégico en “la llave de la isla”, haciendo necesario el levantamiento de una plataforma que la protegiera ante posibles ataques.
Desde 1641, aseguró defensivamente la ciudad hasta que en 1869 dejó de ser operativa militarmente y, tras un largo período de abandono, se entregó al Ayuntamiento de Puerto de la Cruz en 1891, sirviéndole en los años siguientes de lazareto, depósito municipal o ciudadela. La estructura, construida de mampostería y con un marcado corte colonial, tiene forma de pentágono irregular. Se distribuyó en una planta baja que servía de cuerpo de guardia y almacén de proyectiles, y una planta alta habilitada como alojamiento y cocina de la tropa. En su batería, tres cañones de hierro prestaban servicio al castillo.
Hoy, entre vestigios de artillería y pólvora, esta fortaleza de piedra, que regala al visitante una fotografía inigualable de Playa Jardín y el barrio de Punta Brava, se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad.
Su ubicación y su valor arquitectónico han hecho del Castillo un emplazamiento idóneo para el desarrollo de actividades culturales, rehabilitándose con este fin en el año 1993. En la actualidad, el Castillo de San Felipe es el espacio cultural emblemático del municipio, sirviendo de sede para todo tipo de proyectos que sean creativos, fomenten la participación y conecten a la ciudadanía y el visitante con el Puerto de la Cruz.